Algofobia: Cómo abordar el miedo a sentir dolor. El dolor, aunque incómodo, molesto e imprevisible, también desempeña un papel fundamental. Y es que es el encargado de alertarnos de que algo no va bien. Pero más allá del dolor, cuando el miedo a sentirlo nos limita y bloquea para actuar estamos ante lo que, en términos médicos, se denomina algofobia, la emoción persistente, anormal e injustificada ante el dolor. Una fobia que puede ser tan invalidante como el propio dolor, cuya clave está en abordarlo correctamente.
Tan incómodo como imprescindible, lo cual puede resultar paradójico. Hablamos del dolor, un mecanismo de respuesta de nuestro cuerpo para alertarnos de que algo no va bien. El dolor es molesto, y en algunas ocasiones crónico, pero para algunos pacientes el problema va más allá, siendo el miedo a sentir o padecer dolor lo que puede ser verdaderamente incapacitante. El término médico que define este miedo o emoción injustificada ante el dolor indeterminado, independientemente de la causa, es algofobia.
Al igual que sucede con otros tipos de fobias, el temor frente a determinadas situaciones puede volverse perjudicial ya que nos limita para hacer aquello que deseamos. Por ejemplo, el renunciar a realizar algún tipo de actividad solo por creer que nos exponemos a padecer algún tipo de dolor físico. Un sentimiento invalidante, el cual puede llegar acompañado de otros síntomas como ansiedad, sudoración excesiva, alteraciones del sueño o malestar general, que para superar puede ser necesario contar con ayuda psicológica.
Abordaje del dolor
Según datos de la Sociedad Española del Dolor, estamos ante el motivo principal de consulta médica. El dolor puede adoptar diferentes formas. Por un lado, podemos hablar del dolor con origen neurológico –provocado por los nervios- y de dolor agudo, el cual puede derivar en dolor crónico si no se trata correctamente. En el caso del dolor agudo, la clave pasa por el tratamiento individualizado, ya que el umbral del dolor es diferente en cada paciente. De hecho, algunos estudios científicos han apuntado que la percepción del dolor varía notablemente entre aquellas personas que viven en un entorno feliz frente a aquellas más solitarias o con cierta predisposición a la depresión.
Tal y como apuntan los especialistas, la relación entre el dolor y la calidad de vida es incuestionable, de igual manera que las personas que padecen dolores perciben peor su propio estado de salud, tanto en el plano físico como emocional. De hecho, las emociones también juegan su papel, incluso en un dolor tan común como el de cabeza –al cual por cierto las mujeres somos más propensas, tanto por predisposición genética como por una cuestión hormonal-, por lo que es importante a la hora de abordar el dolor tener en cuenta si se han producido episodios de ansiedad, depresión o estrés, incluso otros factores como el consumo de tabaco o alcohol, o la mayor o menor satisfacción personal y laboral pueden influir.
Aunque en algunos casos –siempre bajo prescripción médica- los tratamientos farmacológicos (paracetamol, antiinflamatorios no esteroides, opioides e infiltraciones) pueden ser necesarios, en otros no siempre pueden conseguir los efectos deseados. En otras palabras, la toma de medicamentos debe controlarse para evitar que la dolencia se vuelva crónica, requiriendo mayores dosis para que la medicación haga efecto.