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Hay personas que tienen propensión al estrés. Algunas padecen ansiedad. Otras, simplemente, se estresan con facilidad. Su visión de la vida es demasiado acelerada, y tienden a sobrecargarse de tareas y a intentar hacerlo todo de inmediato. Realizan sus quehaceres diarios de forma, a veces, fustigante para su salud. Trabajan demasiado, y se presionan a sí mismas para tenerlo todo listo cuanto antes. En muchas ocasiones, no se detienen a pensar en si su forma de ver las cosas es realmente sensata.
Lo que suele suceder es que estas personas acaban perdiendo mucho más tiempo del necesario para cumplir con sus obligaciones diarias. El motivo, en algunos casos, es que no se paran a organizar fríamente sus labores. Esto desencadena una sobrecarga constante, y una propensión a descuidar tareas más importante. Al final, este hecho acarrea mucho más trabajo para ellos del que debería haber sido si lo hubieran planificado todo con calma. Se encuentran ante un exceso de trabajo, y eso les produce aún más estrés.
Todo es un ciclo. Si no priorizamos nuestras tareas, acabamos malgastando energía y tiempo. Y el estrés que tendemos a sufrir normalmente solo con asistir al trabajo, se multiplica hasta que dejamos de pensar con claridad. Nos encontramos exhaustos, y resulta que lo más importante, lo que debería haber sido nuestra prioridad, se ha quedado en el tintero. En lugar de dedicarnos a lo importante, nos hemos dejado llevar por la vorágine diaria y de nuestro propio estrés. Hemos acabado con más trabajo del que teníamos y mucho más cansados.
En el mundo en el que vivimos, jefes, compañeros, medios de comunicación, etc. se encargan de hacernos creer que pararse a pensar es una opción. Es lógico: el sistema quiere que produzcamos sin descanso. El sistema no quiere que seamos inteligentes, y mucho menos felices. Solo quiere que trabajemos veinticuatro horas diarias para que la máquina del dinero y el poder no se detenga. Pero sí que se puede parar. Se puede, y se debe parar a pensar, a reflexionar, a leer, a ver cine, a enriquecernos. Es la única manera de ser más fuertes cada día, y vencer al sistema que nos oprime.
La clave está en tomarse las cosas con filosofía, y no darle tanta importancia a los contratiempos. No debemos ser tercos y pensar que nuestra forma de trabajar y ver las cosas es la mejor. Si escuchamos a los demás, y leemos, nos daremos cuenta de que, lo importante, es ser inteligente. No podemos pisar constantemente el acelerador, porque lo único que conseguiremos será estrellarnos.
Es vital, por eso, tener recursos que nos permitan abrir la mente. Es necesario contar con refugios en nuestro día a día que nos hagan mantener la salud y la cordura. Solo así podremos tener tiempo para todo, centrarnos en lo importante y olvidarnos de la morralla. De otra forma, lo único que conseguiremos será una montaña de estrés y frustraciones, que no hará sino frenarnos y hacernos ignorar el propósito de nuestras vidas: ser felices.