Un niño activo, lógicamente, es un niño sano, pero, en algunos casos, pueden volverse más inquietos de lo debido e, incluso, incontrolables, especialmente cuando se desatan pequeñas rabietas o enfados por algo que no quieren hacer o comer. ¿Cómo es posible que ese tierno angelito que hace unos meses permanecía sereno en los brazos de papá y mamá ahora se ha vuelto incontrolable? En principio, no hay que preocuparse, porque un niño activo suele ser un niño positivo, siendo una fase más de su desarrollo y crecimiento.
Cuando el niño empieza a crecer, especialmente cuando empieza a andar, se da cuenta de que hay todo un mundo por descubrir a su alrededor. Entre los 12 y los 15 meses, edad media de inicio en que dan sus primeros pasos, todo es objeto de su atención y todo lo querrán tocar, lo que obliga, sin duda, a estar con cien ojos encima de los niños para que no corran riesgos. El niño se convierte en un pequeño explorador que descubre todo un mundo que nunca antes había visto, hasta el último rincón. Es la curiosidad y el deseo de descubrir lo que le lleva a conquistar nuevos espacios.
Curioso, pero también impetuoso y ruidoso, el niño en esta temprana etapa de la vida no conoce el aburrimiento. Es habitual que recorren la casa a toda velocidad, corriendo y saltando incluso, a medida que se van familiarizando con el entorno. El niño está en constante búsqueda, por lo que no será raro tampoco que vayan dejando tras de sí un rastro de desorden. Todo lo quieren tocar y mirar.
Qué hacer En primer lugar, no hay que preocuparse porque la vivacidad, así como su curiosidad y su espontaneidad, son absolutamente normales. No se trata de ningún signo de posibles problemas, sino todo lo contrario, son expresiones naturales del niño en esta fase de crecimiento.
Todo empieza alrededor de los 12 a 15 meses, cuando el niño comienza a moverse de forma independiente y, por lo general, comienza a tranquilizarse después de tres años de edad, debido a que, además de haber satisfecho su deseo de descubrir, también habrá desarrollado la sensación de peligro, es decir, reconoce los riesgos de ciertas conductos, y también sabe distinguir entre lo que debe y lo que no debe hacer.
Cuando los niños son muy pequeños, desde los 15 meses hasta los 2 años, es mejor olvidarse de los regaños y reproches, ya que pueden sonarle como palabras vacías. El consejo es desviar su atención hacia otra cosa. Si, por ejemplo, ha cogido algo que puede romper, lo mejor es enseñarle otra cosa y cambiársela, ofrecerle una alternativa de juego interesante, pero seguro.
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