La psicología es crucial en la relación que mantenemos con nuestros hijos. Este es el componente que más influye en ellos
Ser madre es una ilusión de vida. Muchas mujeres que nunca antes se lo habían planteado, ahora suspiran por que llegue el día en que vean a nacer a su primer hijo, el día en el que puedan sostenerlo entre sus brazos, apretarlo suavemente contra su pecho, susurrarle al oído palabras de afecto, sentir las manitas del bebé agarrando sus dedos y sonriendo sin tener la más mínima idea de qué será aquello que el futuro tiene preparado para la nueva y recién inaugurada familia.
Una vez pasada la primera fase, la del nacimiento, llegan los primeros años de vida del niño. Aprende a pronunciar su primera palabra, a gatear e incluso a dar media docena de torpes pasos para atravesar el pasillo en dirección a la atenta mirada de los padres. Y es precisamente aquí donde deben empezar a asentarse las bases del rasgo psicológico del que hablaremos en esta noticia: el apego.
El apego no es más que el cariño, la relación que el bebé mantiene con sus progenitores -en especial con su progenitora-. Hasta ahí bien. Todos podríamos llegar a pensar que la relación entre un bebé y sus padres ha de ser siempre excelente, pues un hijo es visto como uno de los mayores logros en la trayectoria vital de una persona.
Sin embargo, no tiene por qué ser así. En ocasiones, nuestras circunstancias personales y nuestro estado anímico influyen directamente sobre el bebé. Tal vez no en el momento presente, pero sí en el futuro. Muchos de esos comportamientos a los que no encontramos explicación hincan sus raíces directamente sobre el suelo de la infancia. Por ello es muy importante conocer los dos tipos de apego.
Los tipos
El apego seguro es aquel que se desarrolla cuando los padres le dan al hijo exactamente lo que necesita, es decir, le enseñan a regular sus emociones, le escuchan cuando lo demandan, le dan alternativas en lugar de órdenes y están allí para atender sus necesidades más básicas.
En cambio, el apego inseguro se produce cuando la distancia entre los padres y el niño es demasiado grande, o bien cuando este recibe una educación muy estricta basada en la reducción de su espacio personal. Es un tipo de apego que conviene evitar si no queremos que el bebé cargue con una mochila de piedras cuando sea mayor.