La dispraxia es una alteración psicomotriz que afecta a las habilidades motoras y, cuya principal consecuencia, es que el niño se muestra más torpe o lento a la hora de realizar determinadas movimientos o acciones cotidianas, como abotonarse la chaqueta, atarse los cordones de los zapatos, colocar los dedos al coger el bolígrafo para escribir, problemas al utilizar las tijeras en algún trabajo escolar… La dispraxia implica dificultades para planificar y realizar movimientos voluntarios en serie o en secuencia. Los niños con dispraxia también se caracterizan por no ser buenos jugando con el balón, suelen tener mala coordinación al correr o lanzar el balón; tienen problemas a la hora de repetir gestos y, en algunos casos, también pueden presentar problemas al hablar (praxia verbal). Sus causas son todavía desconocidas, si bien es importante identificar las señales a edades tempranas para poder intervenir lo antes posible. La dispraxia suele aparecer en la infancia, en niños de edades comprendidas entre los 3 y 5 años, siendo más común en niños que en niñas. Vamos a ver, más detenidamente, cuáles son los signos que nos pueden hacer sospechar y cómo actuar.
Tipos de dispraxia
La dispraxia puede manifestarse de diversas formas, en función del tipo de acción que al niño le resulta difícil llevar a cabo. La dispraxia provoca dificultad para realizar las actividades diarias que están relacionadas con la ejecución de movimientos automatizados. Pero también existe la dispraxia verbal (oromotora o también llamada apraxia verbal) y que provoca dificultad en el habla, en la formación correcta de las oraciones o al expresar conceptos, teniendo en cuenta siempre la edad del niño.
Por otra parte, está la denominada dispraxia ocular, vinculada a la disminución de la capacidad para controlar los movimientos de los ojos. Los niños con este trastorno tienen dificultades para leer moviendo solo los ojos y tienen que mover toda la cabeza.
Causas
Las causas exactas de este trastorno siguen siendo objeto de investigación. Si bien, hay algunas hipótesis, entre las que se incluyen las causas hereditarias, los hijos de padres que han sufrido de dispraxia tendrían una mayor predisposición de desarrollar este trastorno. Otras causas probables podrían ser el bajo peso del bebé al nacer, parto que se produce antes de la semana 37 de gestación, o la ingesta de alcohol y drogas durante el embarazo.
No serían las únicas causas ya que la dispraxia también se relaciona con el síndrome de Down, con el autismo, con el síndrome de Asperger y con algunos problemas neurológicos.
Síntomas
Los síntomas pueden variar en función la edad, siendo muy importante no subestimar las primeras señales ya que cuando antes se intervenga más fácil será ayudar al niño.
En líneas generales, y atendiendo a los grupos de edad se pueden distinguir diferentes síntomas:
- De 0-1 años: alteraciones del sueño, dificultad en la alimentación, retraso en gatear y en el desarrollo psicomotor, cambios de comportamiento como irritabilidad y llanto inconsolable, poca expresividad gestual.
- De 1-5 años: Dificultad para prestar atención y concentrarse durante mucho tiempo, mostrarse inquieto, hiperactivo, dificultad para subir escaleras, dificultad para realizar juegos como saltar o patear un balón, dificultades para crear sus juguetes, vocabulario limitado.
- A partir de 6 años: Dificultades de aprendizaje, dificultades en la socialización, emplear mucho tiempo en la realización de tareas cotidiana, dificultad a la hora de dibujar y con las matemáticas, dificultades para copiar de la pizarra.
Diagnóstico y cómo tratar
Los padres son los primeros en darse cuenta de que algo no va bien. En caso de duda, conviene consultar al pediatra para recabar toda la información y saber cómo actuar para ayudar al niño a que la dispraxia no suponga un obstáculo complicado para su desarrollo y crecimiento. El tratamiento consistirá en terapia integral, con el apoyo de logopedas, psicólogos y especialistas en neuromotricidad. Terapia que permitirá mejorar y reducir las dificultades que puede conllevar en la vida cotidiana. Gracias a la terapia de rehabilitación, verbal o motora, el niño recibirá las herramientas necesarias para resolver los problemas relacionados con el lenguaje y el movimiento. Terapia también dirigida a los padres, ya que ellos son el principal apoyo del niño y, por tanto, deben ser los primeros en conocer qué es la dispraxia y cómo se puede ayudar al pequeño.
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