Las emociones son una poderosa herramienta de aprendizaje para los niños. Las emociones que comienzan a descubrir, las que despiertan los estímulos externos y, por supuesto, las que perciben en su entorno, influyen en el desarrollo de los más pequeños y determinan, en gran medida, su personalidad y su manera de afrontar la vida. De ahí la importancia no solo de enseñar a identificar las emociones, sino a canalizarlas de manera adecuada. La neurociencia mantiene que las emociones determinan la capacidad de aprender y razonar.
Emociones y aprendizaje en los niños
El papel de los padres es crucial en este aprendizaje. De hecho, se convierten en los principales modelos emocionales. A través de ellos aprenden a reconocer, mostrar o inhibir emociones, impulsos, muestras de afectividad, empatía… Siguiendo los consejos de Daniel Goleman, el conocido psicólogo estadounidense y autor del libro Emotional Intelligence (en español, Inteligencia emocional), lo mejor que los padres pueden hacer por los hijos es «ser seres emocionalmente inteligentes”. A partir de este aprendizaje, los niños se mostrarán o reaccionarán de la manera que han aprendido, y uno de los primeros lugares en los que harán será en la guardería o escuela.
Los expertos consideran que los niños reconocen las emociones básicas (alegría, tristeza, miedo, enfado) antes de saber nombrarlas. Esto sucede entre los 1 y los 3 años, mientras que las emociones secundarias (amor, timidez, ansiedad…) suelen aparecer en la preadolescencia (10-11 años).
Identificar y expresar las emociones favorece la mejora de las habilidades sociales. Expertos en psicología y educación aconsejan trabajar las emociones desde la infancia para mejorar la confianza en uno mismo, aprender a dominar los impulsos y favorecer la empatía y la colaboración con los demás.
Numerosos estudios han indagado en la relación entre emociones y aprendizaje, y de hecho han surgido nuevas disciplinas y campos de investigación, como la neuropsicopedagogía o la neurodidáctica. Así, por ejemplo, un estudio de la Universidad de California, y publicado en Journal of Neuroscience, constató que determinadas emociones, como el estrés, interfieren en la capacidad de aprendizaje del cerebro y en áreas concretas como la memoria. De ahí que a la hora de aprender o abordar nuevos conocimientos resultará mucho más fácil si esto genera emociones positivas o agradables. Dicho de otra manera, las emociones positivas estimulan la memoria.
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