La expresión «luna de miel» es una de las más recurridas al hablar de bodas. Te contamos de dónde procede
La luna de miel es uno de los períodos más felices y memorables de nuestras vidas. Y es que después de celebrar el día más emblemático de toda nuestra trayectoria vital, a este deben seguirle unas vacaciones igualmente inolvidables. Tal vez hayamos escogido un paisaje recóndito en medio de una isla caribeña o un paraje desértico en Australia, donde nadie salvo nosotros pueda seguir nuestras huellas. Pero, ¿sabes de dónde procede la expresión de miel?
La primera teoría sobre la luna de miel sitúa su génesis en las leyendas nórdicas. Se dice que la pareja a punto de desposarse debía tomar hidromiel la última luna llena antes de la celebración de la boda para recibir de esta manera la bendición de los dioses. Y, en concreto, el beneplácito de Odín, máxima deidad en el panteón escandinavo. Las creencia populares aseguran que la hidromiel es la única bebida consumida por el padre de todos.
En el mundo antiguo, sin embargo, la tradición era distinta aunque similar. En Babilonia, el padre de la novia debía obsequiar a su yerno con una cerveza de miel durante una de las lunas o meses próximos al día del enlace. Por el contrario, en Roma era habitual que la madre de la novia dejara una vasija con miel en la habitación de los recién casados para favorecer la consumación del matrimonio. Esto se debe a que la miel era sinónimo de fertilidad.
Pero, si hablamos de cerveza, los alemanes se llevan la palma. Durante la Edad Media, en el entonces llamado Sacro Imperio Romano Germánico, las bodas solo podían celebrarse durante las noches de luna llena y, una vez consumadas, la pareja debía beber licor de miel durante los próximos 30 días para garantizar una descendencia sana y, sobre todo, muy numerosa.
El catolicismo
Finalmente, llegamos a la tradición católica, probablemente la más cercana a nuestras enseñanzas y doctrinas. El catolicismo siempre se ha caracterizado por tejer en torno a la religión una vasta red de símbolos conectados entre sí y que constituyen una de las bases de la liturgia cristiana.
Los católicos concebían la miel como un alimento incorruptible, que se iba haciendo más dulce conforme transcurre el tiempo. Por esto se erigía como la metáfora perfecta del amor perfecto y como el nexo idóneo para unir a dos personas escogidas por el destino para permanecer juntas.