La variedad de roles femeninos en la industria del arte es tan escasa, que estos acaban por tomar posturas extremas con el fin de inclinar la balanza del juicio social hacia un lado o a otro, según le interese al producto cultural en cuestión. Cuanta menos diversidad hay, más se tiende al estereotipo. De este modo, los personajes femeninos se encuentran ante dos opciones constantemente enfrentadas: canon actual (hiperdelgadez) o anticanon (obesidad), ambas erróneamente etiquetadas como opciones saludables. Un ejemplo de esta última, cuya incursión es ínfima en comparación a la primera, en la superheroína Faith Herbert, creada por la escritora Jody Houser.
Guerra constante
Las mujeres se ven obligadas a tomar partido en esta guerra, y, como consecuencia, escoger desde qué lado prefieren ser atacadas. Desde los partidarios del canon que practicamente criminalizan la gordura, hasta los militantes del anticanon, que las catalogan de mujeres objeto y esclavas del heteropatriarcado, por el hecho de ser muy delgadas.
El motivo de este grave problema es simple: el físico femenino tiene una importancia desmesurada en la sociedad actual. Lo más importante en una mujer es su aspecto, y esa es la barrera en la que la mayor parte del público (masculino, aunque también femenino) se queda estancado. Si el personaje les resulta atractivo, no profundizan más allá de su cuerpo, e ignoran por completo el resto del personaje, es decir, practicamente todo. Si, en cambio, no les parece atractivo, la misoginia, ampliamente extendida, toma el control y, automáticamente, el personaje es rechazado por la audiencia. Ignorando, de nuevo, su psique, su profundidad, su verdadera importancia.
Los personajes masculinos son percibidos en su totalidad
En el caso de los hombres es bien distinto. El personaje masculino no se enfrenta a este despiadado juicio. Si está cachas, su cuerpo es solo un aspecto más que envidiar e imitar, junto con su comportamiento, por muy repugnante que pueda llegar a ser. Si está gordo, su físico puede ser ignorado, o incluso puede jugar a su favor. Un tío que está gordo porque le da la gana, eso mola. No tenemos en cuenta su salud ni su bienestar. No nos ponemos paternalistas. Es un hombre, es libre, ¡que haga con su cuerpo lo que le dé la gana! Ni siquiera se afirma: ya está claro de antemano. Además, ambos personajes, en la mayoría de ocasiones, comparten las mismas características: son carismáticos, triunfadores, cañeros. Hacen lo que les da la gana, por eso queremos ser como ellos, sean o no buenas personas. Estén o no en buena forma física. ¿Por qué? Porque su físico es solo un rasgo más. Un matiz en el océano de detalles que forma un buen personaje.
¿Cómo se crea un personaje?
Es algo bastante curioso que se produzca este fenómeno, teniendo en cuenta el hecho de que, a la hora de diseñar un personaje, el físico es un factor bastante secundario. Eso es algo que se deja para los directores de casting. El trabajo de los guionistas es crear el personaje, diseñar su psicología y su papel en la historia. ¿Cómo podría resumir su mentalidad en una frase? ¿Tiene creencias religiosas? ¿Qué nivel de formación tiene? Esas son las preguntas que se hace un guionista cuando desarrolla un personaje. Ningún guionista empieza describiendo el peso y la altura del personaje. Eso no es tan relevante. Y, en cambio, una vez que el personaje es plasmado en la pantalla, o en las páginas de un cómic, la sociedad decide que sí que lo es. Si es mujer, claro está.
Nuestro juicio ante un personaje femenino se ve nublado por los prejuicios, la inmadurez o la ignorancia (¿acaso no significan lo mismo estas tres palabras?). No vamos más allá, no traspasamos la barrera del físico. No vemos al personaje, y esto es un gran problema.
Los buenos personajes son buenos porque son libres. Sean crueles o bondadosos, sean tímidos o extrovertidos, los buenos personajes hacen que la audiencia quiera parecerse a ellos. No dejemos que el machismo nos arruine el criterio. No dejemos que el machismo decida si queremos ser Peter Parker, o Faith Herbert.
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